El origen del éxito de la llamada cuarta transformación tal vez haya que buscarlo en la quiebra generalizada de los bancos y una recesión sin precedente en 1994.
Enrique Quintana
Era la tarde del lunes 19 de diciembre de 1994. Uno de los protagonistas de esta historia me contó que regresaba por la tarde a su casa después de un viaje breve y se encontró con una notificación para acudir a una reunión urgente a la Secretaría del Trabajo esa misma noche.
Iban apenas poco más de dos semanas de la nueva administración, la de Ernesto Zedillo, y los barruntos de una crisis financiera flotaban en el ambiente.
Parecía reactivarse el conflicto en Chiapas y eso causaba nerviosismo. Pero, lo más relevante era que el Paquete Económico para el primer año de gobierno, que había sido presentado días antes por la Secretaría de Hacienda, no convenció a los mercados de que podría estabilizar al país.
La palabra ‘devaluación’ era un fantasma que estaba presente debido a la salida masiva de capitales que había erosionado las reservas a lo largo de todo ese año.
Teníamos entonces un régimen cambiario híbrido. La paridad del peso flotaba frente al dólar, pero dentro de un rango. Los traumáticos acontecimientos de 1994 habían conducido solamente a un ajuste de 3.10 al comenzar el año a 3.46 aquel lunes 19 de diciembre.
La presión derivada de la incertidumbre se había ido a las reservas internacionales, que se desplomaron y no a la paridad.
La propuesta del gobierno fue ampliar la banda de flotación en un 15 por ciento, pero sin un plan de ajuste complementario.
La reunión fue caótica y no convenció a los empresarios que allí estaban reunidos, quienes incluso intentaron, sin conseguirlo, hablar con el presidente Zedillo.
Cuando se discutía cómo dar a conocer la determinación, Hacienda sugirió que lo podía hacer en algún programa matutino de radio de alta audiencia, como Monitor.
Yo era colaborador entonces de ese espacio informativo y el equipo de producción me buscó aquel martes 20 de diciembre, poco antes de las 6 de la mañana, para preguntarme lo que quería decir “ampliación de la banda de flotación del peso”, pues se había adelantado que ese iba a ser el tema de la entrevista de José Gutiérrez Vivó con el secretario Serra, la cual ocurrió poco antes de las 7 de la mañana.
Como muchos esperaban, la comunicación resultó confusa y sólo se pudo concluir que se trataba de una devaluación.
Ese día 20, la paridad se había ido hasta el nuevo techo de la banda y cerró en 3.99 pesos.
Pero la corrida de capitales siguió sin detenerse y el caos reinaba en el mercado cambiario.
Cuando el miércoles 21 de diciembre se hizo evidente que la situación era incontrolable, se convocó de nueva cuenta a una reunión nocturna en la que se anunció que se volvía a cambiar la estrategia y que ahora el dólar flotaría libremente frente al peso.
El resultado fue otra fuerte depreciación de nuestra moneda, que aquel jueves 22 de diciembre cerró a 4.99, acumulando una pérdida de 44 por ciento respecto al lunes anterior, pero, sobre todo, en medio de una gran incertidumbre derivada de la percepción de que el gobierno había perdido el control de los acontecimientos.
En esa semana terrible, el viernes siguiente fui convocado, junto con un par de columnistas más, a un desayuno con la Junta de Gobierno de Banxico, encabezada por su primer gobernador, Miguel Mancera, y me quedé con la sensación de que al propio banco central se le escapaban de las manos los acontecimientos.
Las últimas semanas de aquel año fueron terribles, pues los inversionistas nacionales y extranjeros no encontraban respuestas y el caos parecía avanzar en espiral.
El 27 de diciembre, el dólar ya estaba en 5.60, acumulando una depreciación de 62 por ciento en esa semana y sin perspectivas de estabilizarse.
En ese entorno, Jaime Serra dejó la titularidad de la Secretaría de Hacienda, y quien era secretario de Comunicaciones y Transportes, Guillermo Ortiz, entró al relevo.
Los efectos de la crisis fueron generalizados y tumultuosos, con la quiebra generalizada de los bancos y una recesión sin precedente.
Los hechos de aquel diciembre de 1994, en realidad tuvieron sus raíces en los conflictos entre el gobierno entrante y el saliente, que impidieron una transición ordenada y gestaron, entre ambos, el “error de diciembre”, que cumple 30 años y que aún representa un trauma en la historia económica del país.
El origen del éxito posterior de la llamada 4T tal vez haya que buscarlo en aquellos acontecimientos.