Alberto Jiménez Merino.
Una de las más importantes experiencias profesionales vividas como ingeniero agrónomo, fue la de mi paso por la subdelegación de desarrollo rural de Tláhuac, en la Ciudad de México, en donde fueron más los aprendizajes obtenidos que los aportes de conocimientos a los productores de la región.
Invitado por José Ramón Martel, entonces delegado político de la demarcación, me incorporé como subdelegado del área agropecuaria en 1991, recién terminada mi responsabilidad como rector de la Universidad Autónoma Chapingo (UACh) que daba fin a 9 años de vida académica como profesor e investigador.
Pasar de golpe, de académico a servidor público, es un gran riesgo, porque son dos escenarios muy distintos. Dentro de las aulas se resuelven todos los problemas. Nada es difícil, incluso algunas veces cuando no conoces problemas reales, se plantean varias hipótesis para investigarlas y resolverlas.
En la academia puedes sembrar, cultivar, ordeñar vacas y cosechar en el pizarrón o ahora en las computadoras. Es lo más cercano a un mundo rosa, alejado de realidades productivas en donde no hay gobierno que se salve de la crítica. Criticar al gobierno es una práctica común y no hay color ni ideología que se salve. Quien diga que no lo haya hecho, miente.
Sabiendo casi todo y de todo, llegué a Tláhuac a comprobar que en realidad no sabía nada. Lo que me ayudó fue el haber aprendido tempranamente a observar y a escuchar.
Así fue como, al escuchar los problemas y las necesidades de la gente, fuimos encontrando algunas soluciones conjuntas que, al aplicarse, provocaron mejoras en las familias. Comprobé que las mejores soluciones técnicas no son siempre las mejores soluciones sociales.
No he encontrado aún otro lugar en México tan reducido en territorio como éste, en el que se concentran tantos problemas tales como el tamaño extremadamente reducido de parcelas, salinidad, falta de riego, contaminación con aguas residuales, depósito de basura y escombros urbanos, robo de cosechas, falta de agua, falta de servicios técnicos, escasa tecnificación, incredulidad ante la autoridad, problemas de organización productiva, problemas de comercialización y, aunado a ello, su cercanía, a tan sólo 30 minutos del zócalo, que les permite ir a manifestarse ante cualquier falta de solución a sus problemas.
Uno de los mayores problemas eran la tendencia creciente de urbanización de las tierras ante lo cual no había proyecto alguno que fuera medianamente rentable para su aplicación. Esperar o promover el cambio de uso de suelo agrícola a urbano era en muchos casos la principal apuesta.
Trabajamos con gran resistencia de los pobladores en proyectos para incorporar suelos salinos al cultivo, es decir, tierras agrícolas salinas con más de 30 años sin sembrarse por esta limitante, empezaron a producir. Para lograrlo, introdujimos la siembra anual de Kochia y RyeGrass, dos especies forrajeras resistentes a la salinidad. La primera permite que después de tres ciclos de siembra la tierra pueda rehabilitarse para cultivar maíz. Esto funcionó técnicamente muy bien, pero el tamaño reducido de parcelas no permitió su adopción a mayor escala.
Mantuvimos una gestión permanente con las autoridades de la central de abasto Iztapalapa que permitiera encontrar facilidades para la comercialización de hortalizas, además de que se impulsó la organización para la adquisición de semillas e insumos para la siembra a mejores precios.
De igual forma, se aplicaron esquemas de vigilancia de las cosechas con los organismos de seguridad pública, principalmente en tiempo de elotes y cosecha de mazorcas; asimismo, se mantuvo una permanente vigilancia contra invasión de tierras y construcción de viviendas sin permiso.
En las áreas hortícolas, se apoyó la producción de brócoli, romerito y apio en San Andrés Mixquic, San Juan Ixtayopan y Tetelco, mediante el establecimiento de sistemas de riego parcelario con el agua tratada proveniente del Cerro de la Estrella, en Iztapalapa, a cargo de la Dirección General de Construcción y Operación Hidráulica (DGCOH).
En tanto, la producción de nopal se apoyó con la dotación de abono orgánico de la cuenca lechera de Tizayuca, Hidalgo. La zona de chinampas de San Pedro Tláhuac, requería y se apoyaba con el retiro del lirio acuático de la laguna, en forma mecánica, para beneficio de la agricultura y el turismo.
La cereza del pastel fue la cría de peces en el Canal Revolución, entre San Pedro Tláhuac y San Francisco Tlaltenco. La gente siempre decía que los canales de Tláhuac estaban llenos de agua limpia y peces y que no volverían a verlos así, pues muchos de ellos ya estaban llenos de aguas negras de las áreas urbanas. Sin embargo, cuando Manuel Camacho Solís apoyó el entubamiento del drenaje del canal revolución, éste se limpió y, al poco tiempo, se convirtió en un criadero de carpa. Hicimos una gran demostración pública con 50 pescadores. Así lo dejamos en 1998.
¡Gracias a quienes nos dieron el privilegio de servir!