En la polémica de las encuestas, la clave es diferenciar entre buenas y malas, señala Enrique Quintana.
Enrique Quintana.
Uno de los temas recurrentes de estas campañas electorales es el de las encuestas.
Los partidarios de Xóchitl Gálvez insisten una y otra vez que todas aquellas encuestas que le dan a Claudia Sheinbaum una ventaja de dos dígitos de diferencia, en el mejor de los casos tienen errores, y más frecuentemente están manipuladas a favor de la candidata de Morena.
Pero, los partidarios de Sheinbaum consideran que todas aquellas encuestas que reportan una diferencia de menos de 20 puntos están mal hechas.
Es cierto que han sido bien ganadas las dudas respecto a la precisión que puedan tener las encuestas. No solo en México, también a nivel global se han dado casos paradigmáticos que han motivado el cuestionamiento.
Quizás uno de los casos más referidos recientemente fue el de la elección de Javier Milei en Argentina, que sorprendió, tanto por el porcentaje que obtuvo en la primera vuelta de agosto del año pasado como por su margen de 8 puntos con el que ganó la segunda vuelta, a pesar de que la mayoría de los sondeos anticipaba una elección cerrada.
¿Dejaron ya de ser un instrumento útil las encuestas?
Ni remotamente. Siguen siendo tan importantes que buena parte de las estrategias de campaña las utilizan como punto de partida en el actual proceso electoral en México. Y han sido clave en la definición del perfil político en el proceso electoral en Estados Unidos.
Lo que sí tenemos en México es una proliferación de firmas encuestadoras, en donde se pueden detectar conflictos de interés.
Morena, que es desde hace varios años la principal fuerza política, al tener por estatutos, como mecanismo de definición de candidaturas la realización de encuestas ha creado una fuerte demanda con la que han nacido nuevas empresas encuestadoras, y ha generado contratos relevantes para empresas establecidas.
Eso limita igualmente la utilidad de la agregación de encuestas, que promedian a diversas firmas que tienen estos conflictos de interés.
Es decir, en las encuestas es mucho más relevante hoy la calidad que la cantidad.
Pero, pese a todo, es probable que estemos midiendo a electores que todavía pueden modificar su voto debido al cambiante entorno que vivimos.
¿Cuántos pueden hacerlo?
El más reciente sondeo de El Financiero refleja que alrededor del 30 por ciento de quienes expresaron su interés de ir a las urnas, aún no tienen decidido su voto.
Lo que no sabemos es si en esta proporción hay una distribución parecida a la que se refleja en la intención de voto o puede estar sesgada hacia una u otra candidata.
El viernes pasado se cumplió la primera quincena de campañas, de las seis que habrá.
No hay que perder de vista que el camino a recorrer es aún largo y que el entorno puede modificarse.
Ni Sheinbaum puede asegurar que ya ganó la elección ni Xóchitl puede decir que tiene los argumentos para demostrar que puede ganar.
Así que, en la polémica de las encuestas, la clave es diferenciar entre buenas y malas encuestas, y reconocer las limitaciones que tienen en un proceso que apenas está empezando por lo menos en su fase formal.
Veremos qué sucede en las siguientes semanas y también cuando se empiecen a efectuar los debates organizados por el INE.